martes, 18 de agosto de 2009

CARNIVAL, la contracultura también está en la tele

La contracultura es ya de por sí un término de controversial definición, pero digamos que se refiere a los movimientos culturales alternativos, contrarios o ajenos a la cultura oficial. Es inevitable tomar en cuenta que tanto la cultura oficial como la contracultura se mueven constantemente y, por lo tanto resulta complicado, por no decir imposible, predecir o identificar qué es contracultural y qué no lo es, en el volátil y resbaladizo presente inmediato. Algunos personajes reconocidos dentro de la cultura oficial, sin serlo realmente, permanecen con la etiqueta de contraculturales: los beatniks, Allen Ginsberg, Jack Kerouak, William S. Burroughs. Tanto la literatura como la música fueron las disciplinas más visibles en la contracultura. Aunque también el cine, la pintura, la danza y el performance hicieron de las suyas.
¿Y qué pasó con la televisión? Medio siempre vilipendiado y renegado de las artes. Afortunadamente, este medio masivo experimentó un desarrollo inesperado. Justo en el momento en el que el cine parecía haberlo dicho todo, las series televisivas, desde los Simpson hasta Los Soprano, desarrollaron propuestas interesantes.
Un ejemplo emblemático y poco abordado es la serie, en sólo dos capítulos de HBO, Carnivale. Se trata de una propuesta fresca, transgresora y magníficamente producida, que cuenta con un guión sólido, buenas interpretaciones y un enfoque maduro que recurre a la violencia y al sexo para apuntalar la historia. Esta serie, de ambientación histórica, no sólo complace a los morbosos con un contexto de feria ambulante de freaks de los años 30s (con sus enanos forzudos, gigantes, tragadores de fuego, encantadores de serpientes, mujeres barbudas, pitonistas, tarotistas y siamesas), sino que se adentra en un periodo histórico desarrollado en el sur de los Estados Unidos, justo después del gran desplome de la bolsa norteamericana que condenó a la pobreza más extrema a millones de ciudadanos, abocándolos directamente a la muerte por inanición, enfermedad o, simplemente, a la locura que produce haber perdido todo en cuestión de minutos. Las habituales imágenes de aquella época: familias enteras tiradas en el camino, harapientos enterrando a sus recién nacidos, fábricas funcionando a duras penas en condiciones infrahumanas, sustentadas por el trabajo de niños y adultos esqueléticos; resumen el gran sueño americano a principios de siglo pasado.
El trasfondo es la Gran Depresión, y el argumento se resume en la eterna lucha entre el bien y el mal. El duelo interpretativo corresponde a Nick Stahl (Bastardo Amarillo en Sin City y John Connor en Terminador 3) y Clancy Brown (el malo de Los Inmortales). Además de estas interpretaciones cabe destacar a Michael J. Anderson, en el papel de Samson, antaño enano forzudo y convertido en director de la compañía ambulante de fenómenos variopintos.

Lo contracultural de Carnivale se basa, no en la millonaria producción para retratar fielmente la Norteamérica profunda en tiempos de la Gran Depresión: caminos polvorientos, pobreza extrema, analfabetismo y religiosidad exacerbada. Sino en lo contracultural de su propuesta, que se articula en dos tramas paralelas: la del fugitivo Ben Hawkins y la del Padre Justin Crowe, ambos avatares de la vieja y encarnizada lucha entre la oscuridad y la luz, ambos con poderes más allá de lo humano y con una naturaleza ambigua y contradictoria.
Carnivale recrea la crudeza de un mundo devastado, salpicado de la voluptuosidad inherente al ser humano, efervescente en época de crisis; con una trama sólida y original basada en un argumento recurrente, reformulado dentro de lo que últimamente recibe la etiqueta de “fantasía oscura contemporánea”. El nivel de misterio y esoterismo, resultado de la combinación entre la rutina de la vida cotidiana y esos personajes más voluptuosos e intrigantes de lo que aparentan, se traduce en una atracción difícil de eludir.
La corta vida de la serie, sólo dos temporadas a mi modo de ver, consolida su carácter transgresor, pues no apela al éxito inmediato y a la complacencia del público, sino a una trama sin final, cuyo desenlace depende de cada espectador.
No es posible omitir las influencias más evidentes de Carnivale; Twin Peaks de David Lynch y Freaks de Todd Browning. La serie televisiva de David Lynch indudablemente influye en las ambientaciones siniestras y asfixiantes, y en las inquietantes recreaciones de épocas y personajes retorcidos. De la película Freaks, se retoma la paradoja sobre la belleza y la fealdad del ser humano, también “casualmente” ambientada en la Gran Depresión.
La batalla entre el bien y el mal es la quintaesencia de Carnivale: atemporal, presente desde el inicio de la humanidad, cuando se relataban historias alrededor de una fogata. Carnivale es contracultural porque retrata el corazón de E.U. en una época completamente desesperanzadora y miserable de su historia. Como espectador, es posible sentir el sabor del polvo en la lengua y el olor acre del sudor rancio y del sexo desesperado que pululaba durante la Gran Depresión.
Otro detalle importante en esta serie es el retrato sutil pero contundente de la tradición evangélica y manipuladora del cristianismo, sin caer en lugares comunes ni en denuncias fanáticas.

Lo contracultural es efímero e inasible, pero tiene el poder de plasmar una huella contundente y duradera, más allá del lugar común y de las complacencias.

Y eso que el agua, también habla. SEQUÍA

Espejos

Alguien tenía que hablar con los dueños del edificio por la falta de mantenimiento y la esporádica y molesta escasez de agua. Los vecinos decidieron que yo era la indicada para hacerlo en nombre de todos y nadie quiso acompañarme.
Llamé varias veces durante una semana pero no atendieron el teléfono. Entonces decidí cambiar la estrategia: me aventuré un sábado a medio día. La casa de los dueños, en un barrio viejo al norte de la ciudad, era pequeña y modesta. Toqué el timbre varias veces antes de que una mujer malencarada abriera la puerta.
⎯ Busco a los Katerinov.
⎯ Pase.
Me condujo a través de un pasillo largo y angosto, cuyos muros estaban tapizado de espejos sobrepuestos. Nuestros reflejos distorsionados se confundían y parecíamos una misma persona hecha de retazos. Dimos vuelta en un lugar donde no distinguí ninguna puerta. Llegamos a una sala amplia con piso de madera. Había varios sillones de terciopelo rojo estilo Luis XVI, un par de mesas con superficie de vidrio y ningún adorno. Las paredes, también cubiertas por espejos, parecían no delimitar el espacio.
La sirvienta me condujo del brazo y me sentó en un taburete pequeño e incómodo entre dos sofás. Desapareció atrás de mí. En su ausencia escuché golpeteo de trastes. La cocina debía estar cerca, pero yo sólo veía espejos.
Poco después regresó con una charola en la que había fruta picada, carne seca, un vaso de leche y pan.
⎯ Sírvete. Los señores no tardan ⎯ dijo mientras señalaba la charola que depositó sobre el suelo, como si fuera para un animal. Cuando quise reclamar, la criada había desapareció por otro muro de la habitación donde tampoco distinguí ninguna abertura. Permanecí quieta en espera de ruidos: el rechinido de una puerta, voces o pasos. Como no escuché nada me levanté y recorrí la sala. No encontré el lugar por donde entramos, ni los otros, por donde la sirvienta iba y venía. Rodeé la habitación acariciando los espejos con mis dedos, tratando de hallar una salida. De pronto me pareció percibir un movimiento que se desvaneció casi de inmediato. Di la vuelta y miré en todas direcciones sin encontrar otra cosa que no fuera mi reflejo distorsionado.
Me senté en un sofá al lado del taburete y, con el pie, empujé la charola debajo de una mesa. Cuando levanté la vista tenía enfrente a una mujer pequeña y canosa que me tendía la mano:
⎯ Buenos días. ¿Cómo estás? ¿No te gustó la comida?
⎯ No tengo hambre, gracias.
Y aunque tuviera hambre no me comería esa porquería, pensé; mientras buscaba en los muros el lugar por el que habría entrado.
⎯ Yo soy la señora Katerinov. Usted es una de nuestras inquilinas, ¿verdad?
⎯ Sí. Siento mucho molestarla, pero tenemos algunos problemas. La limp…
⎯ Perdone que la interrumpa, pero no quisiera que hablara del edificio si mi esposo está ausente. ¡Katerin! ⎯ gritó tan fuerte que los espejos se estremecieron.
La casera me escrutaba de arriba abajo, como si yo fuera un fenómeno de la naturaleza. ¿Qué tanto me veía esa bruja de nariz aguileña, labios delgados y ojos pequeños?
⎯ Tienen muchos espejos.
⎯ Mhmm, son lindos, ¿no crees? Así nunca olvidamos quiénes somos.
⎯ Sí, no lo había pensado de ese modo.
⎯ ¿Cómo te llamas?
⎯ Erika.
⎯ ¿Qué departamento ocupas?
⎯ El G.
De pronto se levantó, dijo que iba a buscar a su marido y desapareció entre los espejos. Me acerqué al sitio por el que se marchó y, mientras empujaba los cristales en busca de una puerta que no hallé; un hombrecillo pequeño, delgado y canoso, que no supe de dónde salió, me tendió la mano:
⎯ Así que usted es Erika. ¿No le gustó la comida? ⎯ dijo mientras miraba la charola debajo de la mesa.
⎯ No tengo hambre, gracias.
⎯ Ahora viene la señora para que podamos hablar.
Me sonreía cordial y parecía más accesible. Igualito que su mujer; la única diferencia perceptible era el cabello corto y las orejas grandes y puntiagudas.
Estaba espantada, los habitantes de la casa parecían moverse con soltura a través de los espejos donde yo no encontraba puertas u orificios. Pregunté cualquier cosa para distraer mis temores.
⎯ Nunca había escuchado el apellido Katerinov, ¿es de origen ruso?
⎯ Sí, efectivamente. Nacimos en un pueblo cercano a Moscú, pero no tiene caso que le diga el nombre; seguramente ni siquiera sabe dónde se encuentra.
Pues no, con toda seguridad no lo sabía, pero eso no era motivo para que no me lo dijera. Me revolví en el sillón tratando de disimular la incomodidad y esbocé una mueca en un intento por sonreír.
⎯ Supongo que esperaremos a su esposa para platicar del edificio.
⎯ Sin duda. Siempre tomamos las decisiones entre los dos.
⎯ Espero que no tarde.
⎯ ¡Katerina! ⎯ gritó tan fuerte que me lastimó los oídos ⎯ siempre me hace lo mismo cuando tenemos que hablar de algo importante, se larga. Voy a buscarla, está sorda, ¿sabe?
Desapareció. Y esta vez no me esforcé por identificar el lugar por donde se había ido. Escuché sus gritos cada vez más lejanos y apagados, como si la casa fuera inmensa. Ya casi eran las dos de la tarde y ni siquiera había tenido oportunidad de exponer el motivo de mi visita. Recogí mi cabello con ambas manos y lo sostuve un momento en la nuca. Paciencia, ya estás aquí, pensé. De pronto la vieja apareció frente a mí, como si siempre hubiera estado en la sala. Me levanté del susto.
⎯ ¿En dónde se metió el bueno para nada de mi marido?
⎯ Fue a buscarla. De hecho la llamó, pero…
⎯ Y te dijo que soy sorda. El muy tarado ⎯miraba las paredes como si pudiera encontrarlo en los espejos.
⎯ Siéntate. Voy a buscarlo.
⎯ No se vaya, mejor lo esperamos aquí, no debe tardar.
⎯ No, no. Tú no lo conoces, tengo que ir por él. Ahora vuelvo.
Ya no me importaba exponer los problemas del edificio; sólo quería irme, pero no sabía cómo salir de ese laberinto de espejos y resonancias por el cual los Katerinov aparecían y se esfumaban.
El reflejo del reflejo causaba un espejismo, como si la habitación donde me encontraba no tuviera límites. De pronto los espejos empezaron a tintinear. A lo lejos escuchaba las voces de los Katerinov que discutían, pero el timbre era tan parecido que a penas lograba distinguir quién decía qué cosa: ven viejo inútil, tú tampoco sirves para nada, no voy a hacer lo que dices sólo porque tú lo dices, yo también soy yo, ya ensuciaste los pantalones otra vez, son míos y hago con ellos lo que quiero, viejo puerco, vieja amargada, como si no fuera suficiente haber vivido toda mi vida contigo, me dejas solo con todos esos espejos, eres cruel, no voy a salir, haz lo que quieras…
Los gritos cesaron. Alguien lloraba. El tintineo se apaciguó. Volví a recorrer la habitación en busca de alguna salida. De pronto apareció la señora Katerinov.
⎯ Lo siento querida. Veré que se resuelva lo del edificio ⎯ dijo mientras se atoraba un mechón de pelo atrás de una gran oreja puntiaguda. Iba a preguntarle si efectivamente conocía los problemas del edificio cuando se marchó sin despedirse.
La criada me condujo a través de un muro donde según yo no había puertas ni orificios. Nos encaminamos por un pasillo que parecía diferente al anterior, más largo y estrecho. La mujer empujó un espejo y salí a la calle. Antes de que la malhumorada mujer cerrara la puerta escuché un adiós cantarín y cuando miré dentro vi al señor Katerinov reflejado en los espejos, despidiéndose con la mano.
Ya en la calle, caminé hacia la derecha y luego regresé hacia la izquierda. No reconocí la calle, ni la fachada de la casa de los viejos. Mareada y con dolor de cabeza creía ver espejos por todos lados. De pronto escuché un estruendo de cristales rotos que duró varios segundos. Me alejé lentamente, como si mi torpeza hubiera ocasionado el desastre e intentara huir sin levantar sospechas. Cuando creí estar lo suficientemente lejos eché a correr sin mirar una sola vez atrás.
A los pocos días los problemas del edificio se resolvieron. Y aunque los vecinos me nombraron emisaria si surgía otro inconveniente, nunca regresé con los Katerinov.

viernes, 7 de agosto de 2009

La olimpiada de la masturbación


Según la cosmogonía egipcia, antes de la creación sólo había un océano primigenio que lo contenía todo, del cual surgió el dios creador Atum quien creó al hombre masturbándose hasta alcanzar el orgasmo. En los sarcófagos se encuentran representaciones de la pareja divina: el dios creador Atum y su mano. Algunas sacerdotistas tenían el título de la “Mano de Dios” y probablemente llevaban a cabo masturbaciones rituales para remedar el acto del creador.
Por otro lado, las estatuillas en forma de pene que se conservan en el museo del Cairo, por su forma y medida, son aptas para usarse cono consoladores. Los penes de tamaño natural tenían un uso específico: si un marido padecía problemas de erección, su mujer hacía una réplica exacta de su pene y lo depositaba en el templo con la esperanza de que recuperara la salud.
Aunque para los antiguos griegos y romanos la masturbación era considerada una práctica despreciable y humillante, era perdonable en los esclavos y como válvula de escape para la frustración sexual. Había sólo una ocasión en que la masturbación era un hecho permitido e incluso ceremonial: durante la Saturnalia (siete días de fiesta en honor al dios Saturno) o Bacanales, cuando los griegos la practicaban de forma grupal.
Tiempo después, los primeros moralistas cristianos y judíos despreciaron y prohibieron esta práctica por carecer de una función procreativa. Se le consideró un pecado leve hasta el siglo XV, pero poco a poco adquirió más importancia, hasta convertirse en una práctica pervertida debido al derroche de semen y por propiciar la delectación de uno mismo. Se le adjudicaron todo tipo de enfermedades físicas y mentales. Sacerdotes, padres y médicos emprendieron, especialmente a partir del siglo XIX, una auténtica cruzada contra la masturbación infantil.
Quizá la razón por la cual esta práctica tan inocente llegó a considerarse un acto perjudicial, inmoral y escandaloso radica en el proyecto de forjar un ser humano cada vez más espiritual, desligado de los impulsos animales; de este modo nuestra cultura llevó al extremo el dualismo mente-cuerpo. En realidad lo que se pretendía era escindir al individuo de sus propios impulsos corporales para hacerlo más dócil y manejable. Seres fuertes espiritualmente para la evangelización y físicamente para la guerra.
Sin embargo hoy en día, en algunas latitudes del mundo esta práctica no sólo es admitida sino que es objeto de concursos. Ejemplo de lo anterior es el Masturbate-A-Thon (Maratón de Masturbación) anual celebrado en San Francisco y organizado por el Center for Sex and Culture (Centro para el sexo y la cultura). Las categorías, en femenil y varonil, son: Longest Time Spent Masturbating (El mayor tiempo de masturbación), Most Orgasms (Mayor número de orgasmos) y Greatest Ejaculation Distance (Mayor distancia de eyaculación).
Y por si el Maratón no fuera suficiente, el 31 de mayo de 2008 se celebraron las Olimpiadas de la Masturbación en Dinamarca, organizadas por la sexóloga Pía Struck. El evento contó con el apoyo de Landsforeningen af Glade Onanister (Asociación Nacional de Onanistas Contentos), que cuenta con un poco más de un centenar de miembros de ambos sexos. También contó con la colaboración de Det Europæiske Orgasmeakademi (La Academia Europea del Orgasmo), un centro de enseñanza donde sexólogos y expertos transmiten técnicas de masturbación y cómo conseguir mejores orgasmos.

Dudo que este tipo de eventos adquieran mayor presencia en otras ciudades del mundo, pues la sociedad conservadora e hipócrita no lo permitiría. Y eso, a pesar de que la cultura moderna estimula el individualismo y la autodeterminación; y pide que los individuos siempre deseen más de lo que tienen e imaginen mucho más de lo que es real. Bajo este contexto, la masturbación sería la sexualidad del hombre moderno por excelencia.

Basquiat, ¿excéntrico?

Según el diccionario de la Real Academia Española, un excéntrico es una persona de carácter raro, extravagante, también se refiere a algo que está fuera del centro. Podríamos decir que un excéntrico es un individuo que no sigue al rebaño; no se trata de alguien raro, pues “raro” tiene una connotación peyorativa; más bien se trata de alguien con un toque de misterio e, incluso, buen gusto.
Oscar Wilde, Fernando Pessoa, Vincent van Gogh, Paul Gauguin son artistas que podemos considerar excéntricos, aunque el simple hecho de que se hayan dedicado a las artes les da, de por sí, una distinción. Los artistas antes mencionados no sólo tienen una obra de gran calidad, se adelantaron a su tiempo, son universales en sus propuestas estéticas y tuvieron vidas totalmente diferentes al resto de las personas de su época e incluso de la nuestra.
Hoy en día resulta más difícil encontrar a un artista auténtico. Tal parece que los actores, cantantes, pintores, escritores y artistas en general son creados ex profeso para cumplir con un propósito comercial. Sólo el tiempo determinará quién sobrevive y quién no.
Jean Michel Basquiat nació el 20 de diciembre de 1960 en Brooklyn, NY. Es considerado el artista visual negro más exitoso en la historia del arte afroamericano. Y mucho de la leyenda que lo rodea fue generada por él mismo. El hecho de que haya crecido en las calles del ghetto, ignorante del arte y de la historia, es falso; su vida fue una vida ordinaria de clase media.
Hijo de inmigrantes caribeños. Su origen no era para nada marginal. Su padre fue ex ministro de estado en Haití y contador en Estados unidos, solía regalarle a su hijo papel para dibujar desde los cuatro años. Su madre lo llevaba a visitar varios museos en Brooklyn y Manhattan. Basquiat nutrió desde pequeño su imaginario con las obras de Pablo Picasso, Jasper Johns, Jean Dubuffet por mencionar algunos. Otra influenica temprana fue el libro Gray’s Anatomy, que revisó mientras convalecía de un atropellamiento a los seis años. Los diagramas, estructuras y esquemas fueron determinantes para la concepción de su arte.
A pesar de su ambiente ordinario, Basquiat no lo era, asistía simultáneamente a la escuela privada y pública; y en ambas era indisciplinado. A los quince huyó de casa, se rapó y se fue a vivir al parque Washington Square. Cuando su padre lo encontró unos días después, le dijo: “Papá, un día, voy a ser muy muy famoso”.
Abandonó su casa definitivamente a los 17 años para vivir en la calle. En ese momento, Basquiat y su amigo Al Diaz ya habían pintado graffiti en los muros y puentes del bajo Manhattan con la firma “SAMO” que representaban la frase “same old shit” (la misma mierda de siempre). Estas pintas mezclaban símbolos extraños y comentarios sociales, con frecuencia poéticos. Algunas de las frases que captaron atención de inmediato fueron: “SAMO as an alternative to god” (SAMO como alternativa de dios) o “pay for soup, build a fort, set it on fire” (paga por la sopa, construye un fuerte, préndele fuego). Sin embargo, lo que Basquiat quería era cierto tipo de atención de cierto tipo de gente. Las frases de SAMO pronto aprecieron en paredes cerca de galerías de arte importantes y antros. Aunque era anónimo, adquirió celebridad. Dormía en el parque Washington Square y en departamentos de amigos; vendía postales y playeras pintadas a mano para sobrevivir.
En algún momento alrededor de 1980, apareció la frase “SAMO está muerto” en los alrededores de Soho. Basquiat mató su alter ego luego de un desacuerdo con su amigo Diaz. Este rompimiento incrementó su creatividad.
Pronto fue descubierto por un contingente de críticos y artistas (lo creían el próximo Van Gogh). Y en sus 20 expuso individualmente por el mundo. En 1984, expone en el Museum of Modern Art de Nueva York. En pocos años, alcanza un éxito inusitado, con más de 40 exposiciones individuales y alrededor de 100 colectivas. Pertenecía a la clase acomodada, pero por su negritud los coleccionistas blancos lo erigieron icono de la urbanidad decadente. Las galerías emergentes de Greenwich Village apostaron por la precoz voluptuosidad de una pintura que, revestida de ingenuidad y marasmo, contrastaba irresistiblemente con la personalidad seductora de su autor. Basquiat fue un estilista de la vida popular, mientras encarnó con gracia tanto el papel de rebelde malandrín como el de genio marginado.
Tuvo una producción frenética, miles de pinturas y dibujos a través de siete años, interrumpidos por periodos de drogadicción con heroína. Basquiat se mimó solito: fue aprehendido por el esnobismo delirante que agudizó su consumo de heroína. Compraba departamentos de diseño carísimos para luego destruirlos con sus propias pinturas. Eventualmente fue un gran consumidor de televisores, stereos, comida orgánica, aparatos electrodomésticos. En 1985 aparece en la portada de The New York Times Magazine. El título era "Nuevo arte, nuevo dinero: la comercialización del artista americano". Durante su carrera despilfarró el dinero que muy pronto comenzó a ganar de forma estrepitosa: hacía fiestas lujosas, comía en restaurantes caros y regalaba dinero a los extraños.
En1982, Basquiat conoció a Andy Warhol, quien lo tomó como protegido, aunque en el fondo también había sido irremediablemente seducido por el virtuosismo puntiagudo de este efebo temperamental. Basquiat poseía talento en bruto.
La cercana relación de los dos hombres que se desarrolló en 1983 fue simbiótica; de Basquiat, Warhol trazó energía y una liga a la escena del arte contemporáneo. Por su parte, Warhol inculcó a su colega consejos de negocios y un espíritu de vida saludable. Alentó a Basquit para que hiciera ejercicio y se drogara menos. Los dos artistas trabajaron juntos, pero en 1985 se dieron cuenta de que no estaba funcionanado, sólo habían vendido una pieza y no estaban satisfechos. Basquiat enfrió su relación con Warhol.
La muerte de Warhol en febrero de 1987 eliminó el rancor que le guardaba Basquiat. Se recluyó debido a la tristeza y produjo muchas obras, pero incrementó su consumo de heroína. Gastaba dos mil dólares en cocína y heroína. Sus amigos estaban preocupados por su alto consumo de drogas y su comportamiento errático, que incluía signos de paranoia.

La vida de Basquiat fue un conjunto de contradicciones y mitos. Cuando murió de una sobredosis de heroína, estaba solo, acostado boca abajo en el piso de su cuarto el 12 de agosto de 1988, a la edad de 27. Aunque al comienzo su obra rebosó una perspicacia originalísima y brutal, hacia el final despanzurró mediocridad.

Su mejor etapa es la primera: sin prejuicios mercantiles, exhibiendo una cólera virgen y desencanto epitomizado entre la bonanza y el glamour; cuando aún podia ser considerado como un excéntrico, fuera de todo centro. Luego se convirtió en un “excéntrico” centrado en la abalancha de consumo y especulación de los nuevos ricos ochenteros, que nada tenían que ver con los ideales originales del artista.

Sus admiradores sostienen que fue un genio, cuya adicción a las drogas le proporcionó estados mentales necesarios para su creación. Otros piensan que fue un producto más que tenía todos los requisitos para convertirse en una especie de ídolo: negro, “pobre”, drogadicto, genial y “excéntrico”. Pobre nunca fue y su excentricidad original se desvaneció en los manjares del éxito y la riqueza.