miércoles, 8 de septiembre de 2010

Uno de mis libros favoritos, cuya reseña, apenas me entero salió en Metapolítica en enero-febrero 2010

El hombre sin cabeza de Sergio González Rodríguez

Dice una leyenda que a mediados del siglo XIX, los insurgentes (futuros revolucionarios) se enfrentaron contra los conservadores, en un camino que llevaba a la ciudad de México. El resultado de esta batalla fue la decapitación de un revolucionario, cuya cabeza fue llevada a la capital para ser exhibida como advertencia para aquellos que quisieran rebelarse contra el gobierno. Los conservadores regresaron por el caballo y el cuerpo, pero éstos ya habían desaparecido. Desde entonces se dice que en las noches oscuras, se pueden oír los golpes de cascos de un caballo, y al jinete buscando su cabeza.
La anterior es la leyenda mexicana, si embargo la nacionalidad del decapitado cambia dependiendo del país donde se cuente. Lo que se conserva es la esencia: se trata de un hombre asesinado injustamente, quien deambula en busca de su cabeza, o de sus ideales, si lo vemos desde el punto de vista metafórico.
La realidad parece haber rebasado a esta fantasía romántica, al menos en nuestro país. No sólo sorprende el número de asesinados; sobre todo aterroriza el modo, pues los decapitados, descuartizados, mutilados. Todos parecen participar de esa actividad macabra: grupos del crimen organizado, asesinos solitarios, políticos, el ejército y, por desgracia, civiles.
Ante este desatino, Sergio Gonzáles Rodríguez propone un magnífico libro: híbrido entre ensayo, crónica y anecdotario personal, en el que aborda el origen antropológico y personal de la violencia y, particularmente, de las decapitaciones. Esta violencia despiadada, según el autor, es producto de una crisis institucional, en la que las más altas autoridades de las corporaciones policíacas y del ejército han sido corrompidas por el jugoso negocio del narcotráfico.
González Rodríguez nos lleva de la mano a través de la historia, visitando diferentes culturas; desde las pirámides de calaveras que forman parte del folclor de diversas civilizaciones, el mito de Perseo que busca la cabeza de la Medusa, Salomé –en sus diversas representaciones pictóricas– recibiendo la cabeza de San Juan Bautista, la invención de la guillotina, el suicidio de Yukio Mishima y películas como Barton Fink o Seven.
El autor propone que el fenómeno de los decapitados no se debe solamente a una manifestación del incremento de la violencia, también se debe a que los señores de las drogas hacen uso de sacrificos y brujerías para, según ellos, mantener su poderío, de modo tal que se ha consolidado un sincretismo que incluye a San Judas Tadeo, La Santa Muerte, Malverde y la Virgen de la Caridad del Cobre. El culto criminal pone en evidencia una “deshumanización” de las víctimas, cuyos cuerpos decapitados son usados como simples mensajes para sus enemigos, como si se tratara de objetos sin vida ni historia. Este uso del cuerpo generó sorpresa en un inicio, pero ahora parece haberse asimilado en la sociedad como un hecho más que, por desgracia, es ya cotidiano.
Además del incremento del narco –con sus atroces crímenes– y de su inserción en las más altas esferas políticas y económicas, el autor afirma que éste ha perneado en todos los ámbitos de la sociedad: la música, la forma de vestir, las novelas, las leyendas urbanas y hasta la posición de los jóvenes ante la vida.; de modo que ya podemos hablar de una cultura del narco.
El valor real de este libro reside, a mi modo de ver, en el uso de múltiples resonancias culturales, diacrónicas y personales para plantear la violencia en el México contemporáneo. Y justo esa combinación de resonancias crea un eco perturbador para el lector, quien se puede sentir identificado en prácticamente todos los niveles del libro, ya que todos somos testigos, a diferentes grados, de la violencia cotidiana y de sus consecuencias.

Este libro plantea que hay algo más que permea a la sociedad mexicana, algo que va más allá del morbo o de la resignación, algo que aún no tiene nombre y que sólo puede vislumbrarse con un análisis que no deje de lado en ningún momento la subjetividad del autor, justo como lo hace Sergio González Rodríguez en este libro. Este recurso de involucramiento por parte del autor le da un giro al recuento de atrocidades; al mismo tiempo que nos permite asomarnos a las impresiones emocionales de una persona ante la barbarie.
Regresemos a la leyenda del hombre sin cabeza, pues la pérdida de ésta remite a la pérdida de la razón, al desvarío en el que se encuentra el país, decapitado y sin líderes claros que afronten la situación.

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