domingo, 24 de enero de 2010

Los dioses del caos, la locura y el mal gusto



Un suicidio siempre tiene una razón y desconocerla resulta perturbador, pues sacude nuestras certezas, sobre todo si se trata de uno de los escritores más irreverentes y divertidos de todos los tiempos. John Kennedy Toole nació en diciembre de 1937 en Luisiana. Y a pesar de su talento y oportunidades, en vida, siempre se consideró un perdedor.
Escribió su primera novela a los 16 años. (La Biblia de neón). Fue un magnífico estudiante, sobreprotegido por su madre. Se graduó en la Universidad de Tulane. Y varias veces intentó desprenderse del seno materno, pero siempre regresó. Hizo una maestría en lengua inglesa en la Universidad de Columbia y fue asistente de profesor de inglés en Lafayette Luisiana. Luego, mientras intentaba hacer un doctorado en la Universidad de Columbia, dio clases en el colegio Hunter.
En 1961 sirvió para el ejército de E.U.; daba clases de inglés a los reclutas hispanohablantes en Fort Buchanan, donde escribió La conjura de los necios. Luego de dos años, regresó a vivir con sus padres y a dar clases en el Dominican Collage, una escuela católica para mujeres.
Simon and Shuster rechazó su manuscrito argumentando que “no trataba realmente de nada”, aunque se cree que la negativa fue porque la obra era demasiado dura. El ánimo de Toole se deterioró rápidamente al recibir continuas negativas, y perdió la esperanza de publicar su libro. Se emborrachaba constantemente y abandonó sus actividades profesionales. Hundido en una profunda depresión, se consideraba un absoluto fracasado.

La purificación de un pueblo
La Biblia de neón está ubicada en una comunidad del Mississipi rural hundida en la ignorancia y sometida a los caprichos de un predicador bautista, que decide quién debe ir a una institución del estado o ser confinado en un hospital mental, por “caridad cristiana”. En lo alto de su iglesia brilla una gran Biblia de neón. La llegada de la tía Mae, una mujer progresista y liberal, para vivir con la familia de David, hijo único de tres años, no es bien vista por la comunidad. Esto aunado a la pérdida de empleo del padre de David debido a la Gran Depresión, obliga a la familia a mudarse a las afueras del pueblo, sumidos en una pobreza cruel y solitaria, pues los habitantes del pueblo recrudecen su actitud contra ellos, en un intento por mantener la “pureza” del lugar. Las consecuencias para David y su familia son funestas.
David es peculiarmente inteligente y su aislamiento forzado agudiza la observación de su entorno, convirtiéndose en un indefenso testigo de la ignorancia que provoca la satanización de las diferencias inherentes al ser humano.

Salvar el mundo a través de la depravación
Ignatius J. Really, el personaje de La conjura de los necios, es un hombre alto y obeso, de labios carnosos y grasientos, cachetón, con bigote, de ojos altaneros y con una eterna gorra con orejeras. Es desaseado y eructa todo el tiempo debido a un problema en su válvula pilórica. A pesar de ser un egresado de la universidad, se la pasa encerrado en su apestoso y desordenado cuarto, escribiendo contra el siglo que le tocó vivir. Ignatius nos hace pensar que en los diez años, aproximadamente, que transcurrieron entre la escritura de La Biblia de neón y La conjura de los necios, Toole pasó de lo trágico y, lo melodramático, a lo cómico y satírico; como el tratamiento de ambas novelas atestiguan.
La madre de Ignatius lo obliga a conseguir un empleo y logra entrar en una fábrica, esta situación desencadena una serie de acontecimientos inesperados, debido a su personalidad claramente rebelde: medievalista, ultracatólico, partidario de la monarquía totalitaria; que desaprueba los vicios, la mediocridad, superficialidad y banalidad del siglo XX; un personaje visiblemente en contra del “progreso” y la tolerancia, que piensa que “los dioses del caos, la locura y el mal gusto se han apoderado del mundo moderno”. Sin embargo sus acciones lo delatan como un sujeto miserable, inmaduro, glotón, cobarde, perezoso y caprichoso; incapaz de resolver los problemas prácticos de la vida cotidiana, pero dispuesto a embarcarse en los escenarios más quijotescos y absurdos.
El resto de los personajes parecen sacados de una obra de vaudeville, pues simbolizan los vicios, agrandados hasta lo grotesco, de la sociedad moderna; que Ignatius ridiculiza constantemente, pero es tan apático y perezoso que prefiere usar su inteligencia para validar y racionalizar su propio rechazo al mundo, en lugar de poner en práctica la rebelión tal y como lo exige su credo: “salvar el mundo a través de la depravación”.
A fin de cuentas Ignatius se considera una víctima de la época que le tocó vivir, pero también victimiza a quienes se cruzan en su camino, para salirse con la suya: vive a expensas de su madre, aterroriza a su patrón en una fábrica, se come los hotdogs que debería vender en un puesto callejero que tiene como segundo empleo. Constantemente se aprovecha de los demás, sólo para satisfacer sus necesidades más inmediatas, aplicando, descaradamente y sin sutilezas, las reglas que rigen la sociedad.
Durante el desarrollo de la historia Ignatius logra escapar de situaciones absurdas, de la manera más torpe y azarosa, por ejemplo, casi al inicio de la novela, lo arrestan en una tienda departamental porque se ve raro y ésta concluye cuando logra escapar de una ambulancia que pretende llevarlo a una hospital psiquiátrico. Tanto el desarrollo de la trama como el final mismo, nos orillan a pensar que Ignatius J. Reilly quizá no es el eterno perdedor, sino un astuto bufón en cuyas garras han caído todos, incluido el lector.

Toole, un perdedor
Toole en la vida real era completamente opuesto a Ignatius J. Reilly, el único elemento que los une es la madre posesiva y manipuladora, pero Ignatius logra lo que Toole nunca pudo: mandarla al diablo. Precisamente esta tormentosa relación con Thelma Toole ha generado especulaciones sobre la supuesta homosexualidad que el escritor no se atrevió a asumir. Pero aunque esto fuera verdad, el conflicto del escritor pudiera ser más complejo. Sus personajes se mueven constantemente en un mundo sexual, pero ninguno de ellos tiene sexo. Quizá, al igual que el escritor satírico del siglo XVIII Jonathan Swift, Toole entendía el poder del impulso sexual, pero se sentía turbado por que consideraba que el acto era grotesco. Es posible que Toole repeliera cualquier tipo de sexualidad y no sólo la propia, que además era definitivamente homosexual.

Toole se suicidó –poniendo el extremo de una manguera de jardín en el tubo de escape de su coche y el otro en la ventanilla del conductor– a inicios de 1969, luego de una fuerte discusión con su madre, quien destruyó y nunca reveló el contenido de la nota que dejó su hijo. Poco después, Thelma Toole concentró sus energías en la publicación de La conjura de los necios, que finalmente fue aceptada por Walter Percy en 1980. Un año después, obtiene el Pulitzer de ficción y el premio a la mejor novela en lengua extranjera en Francia.

Desde Nueva Orleáns, la estatua de Ignatius Reily parece guardar celosamente el secreto del suicidio de su autor: el gran perdedor John Kennedy Toole.

martes, 12 de enero de 2010

2010



Nos dio el pretexto para reunirnos con nuestros amigos.