jueves, 5 de noviembre de 2009

Leni, el espectáculo



Helene Bertar Amalie Riefenstahl, mejor conocida como Leni Riefenstahl nació en Berlín el 22 de agosto de 1902 y murió el 9 de septiembre de 2003 a los 101 años. Aunque es una de las mejores cineastas de la historia, su vínculo con el régimen nazi le costó el desprestigio como artista e incluso el ninguneo.
Tras una breve carrera como bailarina, protagonizó algunas películas de Arnold Fanck y en 1932 se estrena en la dirección cinematográfica con La luz azul. En ésta, Junta (protagonizada por ella misma) es una muchacha de montaña perseguida y rechazada por defender sus ideales. La exaltación de la naturaleza y la metáfora de la montaña pura, los buenos arriba, y los malos abajo, impregnará también su última película, Tierra baja estrenada en 1954. Desde luego ella siempre es la heroína, que como todo buen profeta es apedreada y perseguida por el vulgo. Los ideales de la pureza de espíritu y de la belleza representan una constante en todos sus trabajos: películas, documentales y fotografías; dentro y fuera del regimen nazi.

Adolf Hitler, admirador de las película de Riefenstahl, al alcanzar el poder en 1933, le encarga la realización de un documental sobre el partido nacionalsocialista. La cineasta acabaría filmando cuatro documentales para el nazismo: Der Sieg des Glaubens (La victoria de la fe, 1933); Triumph des Willens (El triunfo de la voluntad, 1935), Tag der Freiheit, Unsere Wehrmacht (Día de libertad, nuestras fuerzas armadas, 1935) y Olympia I: Fest der Völken y II: Fest der Schönheit (Olimpia I: Fiesta del pueblo & Olimpia II: Fiesta de la belleza, 1936-38).
El Triunfo de la voluntad y Olimpia son dos de los mejores documentales jamás hechos. El Triunfo de la Voluntad muestra el desarrollo del congreso del Partido Nacionalsocialista en 1934 en Nuremberg; refleja un evento histórico que sirve como esenario de una película que entonces asumiría el carácter de documental auténtico. De hecho algunas tomas de los líderes del Partido se volvieran a hacer semanas más tarde sin Hitler y sin la audiencia, en un estudio construido. A pesar de no ser un documental en el sentido más puro del término, la calidad fílmica, la innovación en tomas y un revolucionario enfoque en el uso de la música y la imágen lograron que el filme obtuviera el Premio Nacional de Cinematografía, la medalla de oro en la Bienal de Venecia, y la medalla de oro en la Exposición Universal de Paris en 1937.
Olimpia, una epopeya sobre los Juegos Olímpicos de Berlín de 1936, fue comisionada y enteramente financiada por el gobierno Nazi. Riefenstahl trabajó durante 18 meses en la edición y terminó a tiempo para que el filme se estrenara el 29 de abril de 1938 en Berlin, como parte de las festividades del cumpleaños 49 de Hitler. A finales de ese año Olimpia fue la entrada principal alemana en el Festival de Cine de Venecia, donde ganó la medalla de oro.
Independientemente del corte propagandístico en favor del gobierno Nazi, las películas de Riefenstahl son efectivas como espectáculo porque al retratar grandes concentraciones en torno a un líder; generan, como estudió Freud, identificación, enamoramiento y sugestión hipnótica en las masas, donde opera el instinto gregario, uniendo las individualidades en un sentimiento compartido que las llevó, finalmente, hacia su inmolación y obediencia ciega al Führer. El arte como espectáculo cuyo fin es la movilización de las pasiones compartidas no aboca a la razón común sino a la irracionalidad común de la horda.

En uno de sus últimos trabajos, Riefenstahl reúne 126 fotografías espléndidas en el libro que muestra a los Nuba de Somalia durante los años 60. Dicha tribu africana ejemplifica su ideal estético-corporal en la complexión atlética de sus modelos. Este trabajo ha sido duramente criticado pues el despliegue de la estética utópica de la perfección física es considerado como arte fascista. En la época nazi, pintores y escultores a menudo plasmaron el cuerpo desnudo, pero se les prohibió mostrar imperfecciones corporales. Sin embargo, si la perfección es sinónimo de nacismo, la película 300 (2007) de Zack Snyder también podría considerarse como tal, pues los espartanos, protagonistas y héroes del filme, se deshacen de los bebés nacidos con malformaciones o defectos para lograr una sociedad perfecta e invencible. Así pues, el nacionalsocialismo representaba ideales que persisten hoy bajo otras banderas y son igualmente transmitidos a través del espectáculo: el ideal de la vida como arte, el culto a la belleza, el fetichismo del valor, el sentimiento extático de la comunidad y el rechazo del intelecto. Estos ideales están vivos y son dinámicos, ninguna película puede provocar por sí misma su generación espontánea. De hecho los documentales de Riefenstahl fueron y son efectivos porque las emociones que transmiten son universales en la naturaleza humana, su contenido es un ideal romántico que se expresa en diversas formas de disidencia cultural y propaganda de nuevas formas de comunidad: juventud, rock, punk, anti-psiquiatría, naturismo, budismo, anti-consumismo, antiglobalización, etcétera.

Aunque personalidades de la talla de Francis Ford Coppola, George Lucas o Mick Jagger reconocen el arte de Riefenstahl, ésta jamás pudo sacudirse el halo nazi que la envolvía. Es evidente que persiguió un fin estético y que el propósito de sus filmes era propagandístico, pero ¿acaso Michael Moore no manipula la infomación y las imágnes en sus documentales, mostrando sólo la parte de realidad que conviene a sus fines? A estas alturas poco importa perdonar o catapultar a Riefenstahl por su participación con el régimen; se trata de reconocer sus méritos como artista y precursora del espectáculo para transmitir ideales y manipular las emociones de la masa. Los documentales fueron innovadores técnica y estéticamente; además, funcionaron como un espectáculo que consolidó la identidad en una gran cantidad de gente.
Quizá lo que le faltó a Riefenstahl para obtener el reconocimiento unánime fue ser un espectáculo a la altura de las atrocidades de su época. Por ejemplo Dziga Vertov documentalista de la ex Unión Soviética, quien a pesar de haber manipulado las emociones a favor del comunismo nunca logró los niveles de hilaración de Riefenstahl, fue eventualmente destruido por la dictadura que lo cobijó en un principio. De modo que se convirtió en un mártir, un espectáculo digno de su propia historia, justificado porque en sus inicios ilustró un ideal noble, que después se traicionó en la práctica. En cambio Riefenstahl nunca fue mártir de los nazis, ni condenada por ser simpatizante; no se convirtió en un espectáculo de ella misma.

El consumo de lo nazi

Finalmente la moda termina por salvar o catapultar cualquier ideal o atrocidad. El nacismo se ha erotizado y ha estado de moda de forma intermitente. Algunos ejemplos son Confesiones de una mascara, 1948 de Yukio Mishima, y peliculas como Scorpio Rising, 1963 de Kenneth Anger, La caduta degli dei (La caída de los dioses, 1969) de Luchino Visconti y The Portiere di notte (El portero de noche, 1974) de Liliana Cavani. Todas consideradas obras de arte; sin embargo hace no mucho Victoria Beckham causó una breve polémica al usar un outfit emulando el uniforme de las SS alemanas. Lo que puede ser aceptado en la élite cultural puede no serlo en la cultura de masas. La sensación que experimenta una minoría se corrompe cuando se establece. La sensación es contexto y el contexto cambia continuamente. El contexto de Victoria Beckham es ajeno al arte y, por lo tanto, no es lo suficientemente elitista para que ella porte un uniforme de la SS sin generar rechazo.
Anque los trapos del fascismo no forman parte de la moda cotidiana, sí han sido sexualizados y tienen una amplia demanda en cierto sector de consumo. En la literatura, películas y juguetes pornográficos a través del mundo, especialmente en Estados Unidos, Inglaterra, Francia, Japón, Escandinavia, Holanda y Alemania, el SS se ha convertido en un referente de aventurismo sexual. Mucho del imaginario del sexo duro emplea simbología nazi: botas, cuero, cadenas, fierros, tatuajes, suásticas. Pero ¿por qué los signos de una sociedad sexualmente reprimida se erotizaron? ¿cómo pudo un régimen que perseguía a los homosexuales ⎯a pesar de que varios de sus dirigentes lo eran⎯ convertirse en un símbolo de calentura gay? Una clave se encuentra en las predilecciones de los líderes fascistas por las metáforas sexuales. Hitler veía el liderazgo como una maestría sexual: la expresión de la gente en Triunfo de la voluntad es de éxtasis. Por el contrario el comunismo, otra forma de totalitarismo, anula la sexualidad, como si no fuera parte del ser humano.
Claro que si alguien usa un uniforme de la SS no quiere decir que sea nazi o simpatizante; muchos sadomasoquistas encuentran el nacismo, aún sin conocerlo cabalmente, erótico.
Entre el sadomasoquismo y el fascismo hay una liga natural. El fascismo es teatro, como dijo Genet; y así es la sexualidad sadomasoquista: teatro. Adictos al sexo sadomasoquista son expertos coreógrafos, caracterizadores e intérpretes, en un drama que es más excitante porque está prohibido a la gente ordinaria. El sadomasoquismo es para el sexo lo que la guerra a la vida civil: la experiencia magnificada. Riefenstahl lo dijo: “lo que es puramente realista, pedazo de vida, lo que es promedio, cotidiano, no me interesa”. Así como el contrato social parece un juego en tiempos de guerra; coger y chupar no es nada en el sexo duro y por lo tanto ya no es excitante. El final al que toda experiencia sexual pretende llegar es, como Bataille insistió en su obra literaria, la blasfemia.

El régimen nazi llevó sus ideales al extremo y selló una época con uno de los episodios más sangrientos de la historia. Riefenstahl solamente plasmó en sus documentales el ideal estético y la fascinación de la masa, logró crear un espectáculo ajeno a las atrocidades y precisamente por esto la calidad de su trabajo resulta perturbadora.
Sin espectáculo no hay consumo, sin embargo el espectáculo de la Alemania nazi no es digno del consumo de masas a riesgo de evocar una época vergonzosa; por lo anterior, el consumo se da en ciertos sectores que encuentran una coincidencia en las experiencias extremas. De cualquier modo tanto la estética como la simbología nazi han estado y estarán en diferentes manifestaciones humanas a lo largo de la historia, como arte y como producto de consumo.